¡Una experiencia, entre sangre y los Testigos de Jehova!
Mi primera hija, Julieta, nació el 20 de diciembre del 2010, pesando 910 gramos. Para ese entonces, yo dudaba, por varias razones, de algunas enseñanzas de los Testigos de Jehová. Sin embargo, por mi familia y la de mi esposa, continuaba asistiendo a las reuniones de Congregación. La bebé fue introducida en una incubadora; y bajó unos 100 gramos más. A pesar de que los médicos y enfermeros cumplían una excelente labor, la bebé se encontraba grave. El peligro de muerte existía en todo momento. Orábamos de continuo, agradecidos a nuestro Dios Jehová por mantenerla viva. Nuestras familias enteras lo hacían. Sin embargo, resultaron ser tres meses macabros dentro de aquel CTI pediátrico ¡No existía ruego que nos librara de aquella situación! Pero debíamos resistir costara lo que costara…
Luego de algunas semanas pude tocar a mi hija. Tocar su piel. Los doctores me incitaron a hacerlo. Acaricié el bracito mientras se revolvía incómoda dentro de la incubadora. Después, sus minúsculas manos encontraron mis dedos, intentando apretar nerviosamente.
-Es una luchadora -dijo uno de los enfermeros- está deseosa de vivir.
No obstante, a pesar de las buenas noticias, llegó el día más oscuro para nosotros. La tormenta nos cubriría bajo su manto estrepitosamente. Al llegar al hospital, se nos convocó a una repentina y alarmante reunión médica. Nos hicieron sentar en dos sillas de hierro, en el despacho. Los doctores se apiñaron para hablar sobre un tema que era menester. No dejaron entrar a nadie más. Solo los padres. Me sentí helado allí dentro. Toqué a mi esposa y estaba aún peor, congelada. Los enjutos rostros de los médicos y enfermeros que miraban fijamente nos provocaron estremecimiento. La bebé precisaba una transfusión de sangre ¡Quedamos petrificados! No esperábamos aquello. Mi esposa rompió en llanto, pues no quería desagradar a su familia y mucho menos a Jehová.
Los doctores y enfermeros se miraron entre ellos, algo decepcionados.
A diferencia de mi esposa, yo estaba de acuerdo en aprobar el tratamiento, a pesar de las consecuencias que me esperaban afuera: El fastidio de la entera Congregación y más tarde la expulsión.
Pero existía otro camino. Otra solución. Si no firmábamos el acuerdo, nos auxiliaríamos en la ley en Uruguay, la cual ampara a los menores. Nos retirarían la patria potestad de nuestra hija, y la transfundirían de todas maneras… Mientras tanto nosotros quedaríamos impunes de los castigos de la secta.
Salimos de la reunión médica, en silencio y cabizbajos. Esperando que llegara el juez lo antes posible. Reflexioné en lo que había ocurrido allí dentro, en lo mal que habíamos actuado. Sí, ¡Estábamos retrasando a los médicos!
¿Qué hubiera pasado si las leyes no ampararan a la menor? En otros países, los Testigos de Jehová dejan morir a sus hijos, rechazando las transfusiones.
Mi esposa comunicó a sus familiares lo ocurrido, y esos familiares comunicaron a los hermanos de las Congregaciones. Por lo que pronto, me contactaron por teléfono algunos Ancianos, para estar al tanto de las noticias y de mis decisiones. Por otra parte, algunos hermanos, indignados por la supuesta negligencia médica, llamaron al Comité de Enlace (Ancianos asignados a las cuestiones clínicas), para que supervisaran el suceso. Estaban neciamente convencidos que existían métodos médicos alterativos para suministrar a nuestra hija, a parte de la sangre… ¡Los médicos descartaron tal posibilidad, con un rotundo no! Desechando la mala información que manejan los Testigos: “Estos bebés prematuros siempre precisan transfundirse”.
Los Testigos de Jehová que aguardaban en la sala de espera del CTI, con nosotros, mostraban semblantes de indignación. Sí, ¡Nuestros propios familiares!
A pesar de todos los problemas, las cosas mejoraron. Tan pronto acudió el Juez, aprobó el tratamiento y suministraron la transfusión, nuestra hija se vio más saludable. Gracias a eso hoy está viva.
Dos años después ocurrió lo mismo con Avril, mi segunda hija ¡Pesando tan solo 600 gramos! Para esas fechas, mi esposa y yo estábamos alejados de los Testigos de Jehová, y de su gente. Por lo que aprobamos el tratamiento de la sangre con gusto y sin miedos.
Hoy nuestras dos hijas corren, juegan y ríen con nosotros gracias a quienes los Testigos llaman con escarnio “mundanos”.
Gracias eternas, a los médicos y enfermeros del CINP, Médica uruguaya, Montevideo, y de UCEP, Mercedes, Soriano.
Juan José Crai.